La cámara de comercio de España define la competitividad como «la capacidad que tiene nuestra empresa de hacer las cosas mejor que su competencia, ya sea en términos de producto, producción, costes, calidad,… de manera que al final suponga una ventaja a la hora de hacer nuestro negocio más rentable». En otras palabras, la competitividad se basa en las aptitudes que tiene una empresa para diferenciarse de su competencia y así obtener una posición destacada en el mercado.
La empresa que logre diferenciarse se considerará competitiva si consigue una rentabilidad mayor que la de su competencia. Es decir, si su beneficio es mayor que la inversión que se ha hecho en sus procesos internos. Esta rentabilidad se consigue a través de aquellos atributos que puedan suponer una ventaja a la hora de posicionarse en el mercado, como puede ser estar más cerca de las materias primas, poseer una patente, contar con mano de obra altamente calificada… Hay muchos factores que determinan la competitividad de una empresa, pero una de las estrategias de competitividad más comunes es la reducción de costes para la rebaja de los precios de los productos o servicios.
No hay más que fijarse en la proliferación de las marcas blancas, el bombardeo constante de anuncios de ofertas y la popularidad del llamado «low cost». El precio es uno de los factores de competitividad más determinantes de la actualidad, y en el que tradicionalmente se han centrado la mayoría de las empresas. Bajar los precios para vender más ha sido la lógica dominante en el mercado en las últimas décadas. Pero a menudo este abaratamiento trae consigo una disminución de la calidad del servicio o producto, resultando en la insatisfacción por parte de los clientes.
Cuando los clientes no quedan satisfechos con el resultado de la compra o la contratación de un producto o servicio, se reduce drásticamente la probabilidad de que vuelvan a comprarlo o contratarlo en un futuro. A la larga, esto se traduciría en grandes pérdidas para las empresas. Por eso, aunque una reducción de precios a costa de una disminución de la calidad pueda generar beneficios de manera inmediata, la falta de fidelización y permanencia de los clientes perjudicará a las empresas a largo plazo.
El precio es tan solo uno de muchos factores que afectan la competitividad de las empresas. Hay una gran variedad de atributos que afectan la decisión de compra de los consumidores y que determinan la rentabilidad de las empresas y su capacidad para obtener una posición ventajosa en el mercado. Estos son algunos de los más destacados:
La calidad de una empresa engloba una variedad de elementos cuyo fin es satisfacer las necesidades específicas de sus clientes, de manera que se cumplan o incluso se excedan las expectativas de estos.
Esta definición de calidad no se relaciona tanto con la calidad íntegra de un producto (por ejemplo, el material con el que se ha fabricado) como con el conjunto de componentes que lo llevan al cumplimiento de las expectativas de los clientes.
La calidad empresarial encuentra su fundamento en tres pilares básicos:
Aunque lograr la calidad en una empresa pueda implicar un coste inicial extraordinario, es importante tener en cuenta que la falta de calidad se relaciona directamente con un aumento de costes y pérdidas a largo plazo. Ya sea por corrección de errores que se podían haber prevenido o por la pérdida de clientes como consecuencia de la obtención de un producto o servicio que no ha cumplido con sus expectativas.
La calidad empresarial se consigue a través de la implantación de un sistema de gestión de la calidad.
La gestión de la calidad es el conjunto de acciones que realiza una empresa para garantizar la excelencia de sus servicios, sus productos y los procesos internos de la propia empresa. Estas acciones son guiadas por un sistema específico de gestión de la calidad que habrá desarrollado la empresa, y que estará basado en una política creada por la misma.
Por norma general, los sistemas de gestión de calidad deben de definir los siguientes aspectos de la empresa:
Con ello, la empresa consigue tener una visión global de su actividad, toma el control de sus actividades y se vuelve capaz de actuar con previsión y fluidez en su día a día. De este modo, todos los procesos quedan planificados, incluyendo las actuaciones que se deberán llevar a cabo en el caso de que ocurra una desviación de la actividad normal. Así la empresa se ahorra el coste adicional que trae consigo la falta de previsión y la corrección continua de errores que se podían haber evitado, al tiempo que mejora los productos y servicios que ofrecen, proporcionando un mayor valor global a sus clientes.
Para demostrar a los clientes (tanto a los reales como a los potenciales) que una empresa tiene implantado un sistema de gestión de la calidad eficiente, se suele recurrir a los certificados ISO, los cuales reconocen cuando una empresa cumple con estándares de calidad globales.
International Standardization Organization (ISO) es una reputada organización no gubernamental con representación en 165 países. Su objetivo es crear una serie de normas y estándares relacionados con el mercado, a partir de la investigación y consenso de expertos de todo el mundo. Con ello busca responder a retos globales y apoyar la innovación en los mercados mediante un ejercicio constante de revisión y actualización.
Los certificados ISO, entre ellos el certificado de gestión de la calidad (ISO 9001:2015), son otorgados mediante rigurosas auditorías realizadas por empresas acreditadas por ENAC (Entidad Nacional de Acreditación) y con base en la norma internacional ISO. Con ellos se quiere demostrar que una empresa cumple con ciertos estándares globales, funcionando como una garantía tanto para clientes, como para colaboradores, proveedores y trabajadores.
Cuando una empresa cuenta con un certificado ISO, obtiene una serie de ventajas que la hacen más competitiva y la diferencian del resto de empresas de su mismo sector:
Contar con un sistema de gestión de la calidad con certificado ISO 90001:2015 permite a las empresas diferenciarse de sus competidores y obtener una mejor posición en el mercado. Demuestra a los consumidores y demás empresas colaboradoras que se encuentran ante una firma competente que garantizará la satisfacción plena de sus necesidades. Ello asegura a la compañía una evolución positiva de su volumen de ventas, lo que le permitirá elaborar estrategias más competitivas y ambiciosas con vistas a futuro, como podría ser la entrada a nuevos mercados internacionales.
Como podemos ver, existe una relación directa entre la gestión de la calidad y el aumento de la competitividad de las empresas. Y es que, aunque implantar un sistema de gestión de la calidad en una compañía pueda suponer un esfuerzo financiero para la misma, los numerosos beneficios que se obtienen a cambio son suficientes como para compensar su coste.